Carta abierta de Carla Antonelli a Pedro Zerolo: "La lucha sigue, cueste lo que cueste"

Querido Pedro,

Me faltas cada día. Todavía me emociono al recordar la primera vez que te vi aparecer en la tele de mi salón. Todo tú, con aquellos rizos eternos y tu acento elocuente, cargado de verdad y fundamentos jurídicos. Todo tú, activista subtropical que llegó a Madrid para cambiar España desde las calles hasta las leyes.

No te conocía cuando te aplaudí desde casa. Enseguida moví hilos para saber adónde podía enviarte un ramo de flores. Y qué natural fue nuestro primer abrazo en la sede de COGAM, ¿verdad? Qué rápido nos hicimos amigas, cotorras, alegadoras y cómplices en el movimiento arcoíris y en los círculos socialistas. Fuimos tan jóvenes a nuestros cuarenta.

Mucha gente no sabe que tuvimos nuestras peleas durante una época. Porque de eso también va la amistad genuina: de discutir y hacer pulso si nos atraviesan ciertas causas; de reencontrarnos con total serenidad cuando no tiene sentido perder el tiempo en estupideces. Contigo merecía la pena incluso el enfado porque tú elevabas la reflexión. Tu modo de entender el mundo nos pellizcaba la moral y nos hacía comprender que al adversario también se le escucha en una sociedad plural y democrática. Qué tiempos y qué principios, Pedrito. Ojalá hoy se respirara aquel aroma conciliador que tú repartías. Al menos un fisquito, como diríamos en la tierra.

Te escribo esta carta en los albores de un bucle histórico, amigo mío. Todavía saboreábamos algunos pequeños grandes triunfos en derechos humanos cuando resurgieron las fuerzas más oscuras. Y ya ni se esconden bajo malabares de la estética política. Están ahí, con toda la baba, la rabia, los colmillos. Son primera o segunda o tercera fuerza en nuestra Europa taciturna y en la América de al lado. Son primeras ministras de república en las cumbres y voceros del bulo en nuestros teléfonos. Dependiendo del día, mueven la diana: personas que arriesgan su vida cambiando de continente o sindicatos que piden dignidad al colectivo LGTBI. Ahora va uno y dice que quiere proteger a mujeres y homosexuales de los inmigrantes. Como si la supervivencia de gente desesperada nos amenazara más que el odio teledirigido por unos niños de papá con el orgullo herido y mucho tiempo libre. En ocasiones pienso que somos el decorado de ‘Cabaret’ y que Berlín está a punto de estallar de nuevo.

Perdóname la tristeza, Pedro. No quiero desanimarte allá donde me leas. Solo era un desahogo. Un suspiro antes de tragar aire para continuar con la lucha cotidiana. Esa que me llevó de la esquina al escaño gracias a activistas como tú, como Uge, Boti, Toni, Beatriz, Jesús, Empar o Miguel Ángel. Gracias a tu empeño y bendición cuando utilizaste tus últimos suspiros políticos para exigir que yo mantuviese mi lugar en la sede de la democracia. Por ti sigo, Pedro. Y por mí, y por las que murieron hace mucho o hace nada. Te diré que acabo agotada cuando llega la noche. Qué cansancio repetir lo básico, defender lo mínimo. Lo cierto es que mis cuerdas vocales no son las que conociste, pero todavía vibran con fuerza. Qué remedio.

Con todo, te prometo que vamos a seguir. En las cortes y en las pancartas; en las series de televisión y en las librerías; en las terrazas de los bares y en los fregados que toque. Con los tobillos hinchados de tanto estar de pie y las ascuas en el pecho de tanto alzar la voz. Y con la conciencia absoluta de que estamos en el lado correcto de la historia. Por ti, hermano. Y por todas, todos y todes.

Querido Pedro,

Hay cosas que no cambiarán pese a todo. Y es que la lucha sigue, cueste lo que cueste.

Lo sabes tú, lo saben nuestros volcanes.